Uncut Gems

Una de las fantasías más recurrentes del ser humano es la de llevar una vida sencilla y perderse en los míticos placeres de una rutina inconsecuente. La fórmula para conseguir esa vida no es evidente, pero lo que sí queda claro es que en un sistema capitalista la única forma de alcanzarla es con cierta holgura económica. "Quiero ganar el suficiente dinero para poder retirarme y vivir una vida tranquila", rezan las fantasías de los hombres y mujeres que apagan de lunes a viernes el despertador a las cinco de la mañana. Pero la meta nunca se alcanza y la satisfacción nunca llega, porque el ser humano no está diseñado para una vida sencilla, y justo cuando estamos a punto de alcanzarla nos imponemos nuevas metas; nuevas necesidades. Nos dinamitamos con nuevos deseos y con nuevas obsesiones, y descubrimos, no sin cierta tristeza, que la generación de riqueza no es el medio para obtener una vida sencilla, sino más bien todo lo contrario.

Howard lo sabe perfectamente. Su camino al éxito económico le ha costado sacrificios desorbitados –el odio de su esposa y una copiosa deuda por nombrar algunos– sin embargo lo vemos feliz porque hoy es el día en que las cartas finalmente jugarán a su favor. Sobre el muestrario de vidrio de la joyería que regentea yace un gigantesco ópalo etíope cuyo valor previo al corte es de más de un millón de dólares. Diecisiete meses de arduo trabajo para contactar a los dealers adecuados le han rendido a Howard el fruto de una piedra invaluable. La subasta de la roca que cambiará su vida ha sido ya agendada, y los mecanismos de una de las películas más frenéticas de la década se han activado.

Todas las encarnaciones de los gloriosos perdedores (o ganadores que se quedan al borde del éxito sin conseguirlo jamás) que los Safdie han perfilado a través de su filmografía, desde la fallida superestrella de basquetbol colegial, Lenny Cooke, hasta los bellísimos hermanos ladrones de Good Time, se subliman en el personaje protagónico de Uncut Gems: Howard. Un joyero judío que sobreestima su suerte, y cuya desbordante confianza en sí mismo lo lleva a concebir los planes más improbables para alcanzar la elusiva meta del éxito monetario. Pero no el éxito conservador que deviene del trabajo y la inteligencia, sino ese éxito fantástico que se ha convertido en la meta vital del siglo XXI. El éxito que se alcanza en un fulminante destello de suerte. El éxito del mínimo esfuerzo y los máximos cojones. El éxito desmedido de apostar todo al caballo perdedor.

Además de estar modelado desde el inmenso cariño que los Safdie profesan por sus personajes, Howard adquiere una tonalidad legendaria gracias al descomunal talento de una de las estrellas más injustamente menospreciadas del Hollywood contemporáneo: Adam Sandler. Con una habilidad descomunal para improvisar, y tomando como punto de partida una versión ultra refinada de sí mismo, Sandler entrega una de las mejores interpretaciones del año y de su carrera (imperdonable su ausencia en los Oscar), construyendo a un auténtico fugitivo de la desgracia con el que resulta imposible no empatizar. Mención aparte merece el finísimo elenco que rodea a Howard en su Odisea. Tres monumentos: Julia Fox, Lakeith Stanfield, y el inesperado virtuoso Kevin Garnett.

Uno de los aspectos fundamentales de los grandes thrillers es el balance de su ritmo narrativo: la forma en la que los momentos de tensión se potencian mediante distensiones previas, o las pausas narrativas que colocadas con inteligencia permiten ahondar en la complejidad de la trama y al mismo tiempo aumentar la tensión en el espectador. Sin embargo a los Safdie esto les vale madre. Lo que esos dos maniáticos hacen en Uncut Gems es subir la perilla del frenetismo al máximo nivel, y mantenerla ahí durante dos horas y cuarto de metraje. La tarea no sólo es titánica, sino también en apariencia imposible, ya que el tedio suele ser un compañero eterno de los ritmos frenéticos sostenidos (pregúntenle a Transformers). Pero la diferencia aquí es que los Safdie no son Michael Bay, y Uncut Gems es un maldito milagro de la ingeniería atmosférica del thriller moderno.

El cuerpo del espectador sufre en Uncut Gems, y la sobredosis audiovisual en torno a la que los hermanos Safdie componen su más grande opus estremece (nota al calce: lo que Daniel Lopatin hace con el soundtrack de la cinta no tiene nombre, y mejor ni hablar del deslumbrante estilo neon-noir del cinefotógrafo Darius Khondji), pero además de estremecer, la película maravilla, porque son cintas como esta las que prenden fuego a las patéticas elegías que muchos críticos hacen del cine contemporáneo. El cine no sólo sigue vivo, sino que además está pasando por un momento formidable de innovación temática y estilística. A menos, claro, que creamos que lo mejor que da el cine durante el año es lo que se lista en las nominaciones al Oscar.